Alguna vez habrás escuchado la frase de “Prefiero pedir perdón que pedir permiso” o la de “Sólo fracasa quien no lo intenta”. Pues te diré que hay perdones que llegan tarde y ya no sirven para poder continuar. Te diré que hay fracasos sin retorno para volver a intentarlo, para tener otra oportunidad. Pues te diré que son tan peligrosas como la comida rápida o el bingo, que un poquito está bien, da salsa a la vida y te impulsa … pero que si lo conviertes en mantra, te puede llevar a un callejón sin salida.
¿De verdad pretendemos inculcar la cultura del error de esta forma?
¿De verdad estamos empoderando a las personas para que fracasen? Así, a lo loco….
¿De verdad pretendemos que ante la elección de una pastilla que te lleve al fracaso más estrepitoso y otra al éxito rotundo, eliges la del fracaso? Pues yo no, qué quieres que te diga.
Porque por mucho que aprendamos del fracaso nadie en su sano juicio le pide a los Reyes Magos una lista de errores para aprender de ellos. Aquí pasa como con todo, mucho aprender del error pero poco de cómo aprendemos de él.
Mucho se habla de aprender del error.
Poco se habla de cómo aprendemos del error.
Somos extremos: hemos pasado de no poder pronunciar la palabra fracaso a la alegría de animar a la gente a fracasar para que aprendan.
Porque mucho se habla de lo que aprendemos de los errores.
Poco se habla de lo que aprendemos de los aciertos.
Y no es que lo diga yo, es que está demostrado que el ser humano, el cerebro humano, aprende mejor y de manera más significativa del éxito (como acierto) que del fracaso. Las células del cerebro implicadas en la memoria y el aprendizaje tienen una respuesta más atinada cuando el individuo tiene una respuesta acertada, cuando tiene un acierto que cuando comete un error, en cuyo caso apenas hay cambios en el cerebro y, por tanto, no mejora su comportamiento.
Un estudio demostró que el cerebro reacciona en 0,1 segundos ante cosas que resultaron ser errores en el pasado y envía una señal de alerta para evitar que se repitan. Dicen que la intuición es algo de eso. La cantidad de veces que te lías con algo que sabes que va a acabar mal. Pero hay que intentarlo, no vaya a ser que te arrepientas.
Mucho se habla de intentarlo aunque nos equivoquemos. Poco se habla de aprender de los errores que ya hemos cometido para no volverlos a cometer. Aprender de los errores es también no volverlos a cometer. Aprender a esquivar los errores que ya hemos cometido.
¿Aprendemos de los errores?
Se aprende de los errores cometidos únicamente cuando acertamos. Es entonces cuando vemos por qué estábamos equivocados. Con el acierto vemos los errores con claridad. Nunca antes. Hay que acertar para aprender del error.
Solo con el acierto aprendemos. Solo con el acierto progresamos. Y solo con el acierto nos sentimos bien con nosotros mismos. En el acierto uno encuentra satisfacción.
Así que:
Elijo aprender a asumir los errores como parte del aprendizaje, a no dramatizar si no me sale todo a la primera. A no frustrarme si no sale….nunca.
Elijo aprender a lidiar con la imperfección inherente al ser humano que mi padre (con todo su amor) quiso alejar de mí.
Elijo aprender a convivir con reajustes continuos en mi vida, en mi trabajo, en mi entorno, en mí misma.
Porque el error como componente del proceso vital no es una opción, es la ÚNICA opción, pero el error como forma de vida, cuanto más lejos de mí, mejor.
Sin dramas…
Este post está escrito en colaboración con Jéssica Buelga. Jéssica es de esos regalos de vida que se presentan en forma de red social.
Psicóloga experta (pero de verdad) en recursos humanos y desarrollo personal pone a tu alcance la solución que necesitas para mejorar tu vida y la de tu organización. Trabajadora incansable, inteligente y divertida. Mucho te estás perdiendo si no forma parte de tu vida, como ya forma parte de la mía.
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