Lo de ser dados a complicarnos la vida lo llevamos de serie. De eso yo no puedo hablar, porque si alguien se ha complicado la vida ante el menor síntoma de aburrimiento vital he sido yo. Cuando hablo de complicarnos la vida, no me refiero a cambiar de trabajo si nos amarga demasiado, de pareja si llevamos años instalados en el amoroso hastío «parejil», de casa, adoptar dos perros y tres gatos o tener hijos. Yo a eso no le llamo complicarse la vida. A lo que me refiero es a otro tipo de complicación.
Esta mañana he hecho un llamamiento en redes sociales para detectar entre todos a esas personas que tienen la habilidad de complicar lo sencillo, en adelante complicadores de vida. Y, mirad por dónde, cuando nos ponemos a profundizar en qué tipo de persona y mensaje nos complica la vida llegamos fácilmente al perfil de los autoproclamados facilitadores de vida. Te hablo todo el día de la vida (TODO EL DÍA). Convierto en problema lo que no es y luego te vendo mis servicios para facilitarte la vida. Incluso te acompaño. Es genial: te complico y te acompaño porque soy facilitador de profesión.
¿Cómo detectar que nos han complicado la vida?
Nos damos cuenta de que nos han complicado la vida cuando tenemos que leer continuamente el manual de turno para saber qué tenemos que comer o cuánto deporte tenemos que hacer. Esos doscientos manuales que consultamos para saber cómo ponerle el chupete al niño o cómo decirle que se calle cuando da por saco. Esas biblias que nos adentran en lo más profundo de nuestro ser y nos llevan a analizar por qué carajo estamos tristes y ansiosos cuando nos quedamos sin curro, si dice la biblia que todo es cuestión de actitud. Esos pensamientos que nos perturban cuando llevamos tiempo luchando por conseguir algo, sintiéndonos al borde del quiebre emocional, pero no nos podemos rendir porque «los límites solo están en nuestra mente». Esa sabiduría que nos lleva a disfrazar nuestros currículums con la tira de anglicismos porque así somos no se sabe muy bien qué. La que nos lleva a mostrarnos como trabajadores exitosos, founders de la leche, o madres o padres entregados todos los días del año al noble y nunca odioso ejercicio de la maternidad o paternidad. Esa necesidad de mostrarle al mundo lo grandes que somos.
Nos complicamos la vida cuando:
- Nos autoexplotamos día sí y día también. Mejor versión, mejor versión, mejor versión…
- Indagamos en nuestros antepasados para saber por qué nos gusta el color rojo o las lentejas. O en nuestro niño interior, cuando la cosa se pone más profunda.
- Analizamos cualquier acto insignificante invistiéndolo de una trascendencia sobrenatural. Energías y señales pululan entre nosotros. Debemos atenderlas.
- Nos creemos lo que no somos porque tenemos un autoconcepto que poco tiene que ver con la verdadera autoestima.
- Analizamos todas las emociones que sentimos. Y las de los demás.
- Nos hacemos demasiado caso. Ombligos con patas.
Cuando nos creemos seres tan complejos en un mundo tan complejo lleno de acontecimientos complejos con significados complejos ni siquiera SOMOS. No somos porque no somos libres de pensar, sentir y hacer lo que que pensamos, sentimos o hacemos. No podemos decir que hoy no soportamos a nuestros hijos, que nos la suda un ascenso porque priorizamos un horario que nos permite compaginar las felicidades varias que tenemos por ahí repartidas, que estamos enamoradas hasta las trancas, no vaya a ser que alguien nos llame dependientes. No podemos hablar de nuestra pereza o de lo mucho que nos gusta la comida basura. Porque somos lo que tenemos que ser. Y así día tras día hasta que la muerte nos separe de esta vida que nos han facilitado.
Todas esas frases que nos ponen en pie cada mañana son la obligación diaria de saber vivir la vida. Nos tomamos la vida demasiado en serio. Cualquier decisión está condicionada por el miedo a arrepentirnos, por el pánico a perder la «libertad» y acabar en la «libertad» de comer, trabajar, amar, educar y vivir como nos dice otro. Nos complicamos cuando le damos una trascendencia a todo que pa qué. El afán por complicar lo sencillo es la incapacidad de no aceptar lo sencillo por no estar a la altura de este ego que han alimentado y este maravilloso deber que tenemos con nuestras vidas.
Saber vivir se ha convertido en una asignatura con un temario impuesto y con examen sorpresa diario. Cada día suspendemos o aprobamos. Nos suspenden o nos aprueban.
Un complicador es lo más parecido a un cura laico. Te dirá cosas como:
- Huye de la mediocridad. Para acabar todos en la mediocridad de no querer ser mediocres.
- Sé diferente. Para acabar haciendo lo que él te dice que hagas (lo mismo que harán sus tropecientos seguidores).
- Tú puedes con todo. No te enseñará a pedir ayuda como forma más fácil de poder con todo cuando no te queda otra que poder con todo.
- Siempre puedes más. Siempre más. Te animará a esforzarte más, a trabajar más. No utilizará ni te enseñará cómo hacerlo bien. Querer bien, esforzarte bien, trabajar bien. Lo importante es más.
- Sé productivo. El complicador mide la vida en logros. Vales lo que consigues.
- Sé fuerte. La tontería de querer ser fuerte todo el tiempo. Lo de qué es ser fuerte ya lo dejamos para otra vida. En esta no se te ocurra planteártelo.
- Gestiona tus emociones. Debes saber en todo momento qué es exactamente lo que sientes. Estrés es lo que acabarás sintiendo. Como poco.
- No te rindas. Si te rindes te conformas. Confunden aceptación con conformismo. Conformismo con mediocridad. Y vuelta al punto 1.
Un complicador básicamente te dará órdenes. Le encanta el imperativo. No tiene ni idea de tu entorno, tus circunstancias ni tus recursos pero él sabe lo que tienes que hacer con tu vida. El complicador, aunque parezca muy profundo y trascendente, tiene una visión muy simple de la vida. La vida es una dicotomía entendida en términos de:
Ganar o perder.
Arriesgar o rendirse.
Fuertes o débiles.
Éxito o fracaso.
Valientes o cobardes.
Fin.
Detrás del complicador y su necesidad de complicarnos encontramos:
- Necesidad de deseabilidad social «Sonríe aunque solo sea por joder a los demás». ¿Por qué?
- Miedo al fracaso. «El fracaso no existe». Claro que existe, chato, lo que a ti te aterra reconocerlo.
- Inseguridad consigo mismo. «Enséñale al mundo de lo que eres capaz». ¿Para qué?
- No aceptación de límites. «Los límites solo están en tu cabeza». Pasar la vida queriendo ser excepcional cuando la mayoría somos y moriremos normales (entendido como la media de un grupo). Del montón, vamos.
- Poca gratitud. «Lo mejor está por llegar». Agradecer y valorar facilitan y eso puede confundirse con conformarse. Eso jamás.
Hemos complicado la vida porque hablamos todo el día de la vida.
Hasta el moño.
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