He llorado de emoción muchas veces en medio de un mar, alejada de la costa. La emoción de llorar de felicidad sintiéndome parte minúscula de algo tan inmenso no la había experimentado con nada más. He acabado el año descubriendo que la inmensidad del desierto me emociona tanto como la del mar. El sentirme minúscula me emociona. Llamadme tonta, pero a mí me toca la fibra saber que no soy nada. Saberme una pizca en medio de algo inmenso es la emoción que me conmueve, me hace llorar, me aferra a la vida y me impulsa de tal manera que me resulta difícil no seguir y no avanzar.
Se habla mucho de sentirnos especiales, de sabernos únicos e inmensos. Poco se habla de que es cuando entendemos que somos migajas, que somos fugaces, instantes y minúsculas cuando podemos sacar todo lo que llevamos dentro.
Las últimas semanas he visto mucho. He madrugado mucho para poder ver mucho. He dormido poco. Me he emocionado mucho. He conocido gente muy diferente. Ha aprendido mucho. Me ha conmovido profundamente conocer historias de vida de personas que han sufrido y se han esforzado para salir del lugar donde jamás hubieran elegido nacer. Me ha ablandado y fortalecido a su vez su generosidad.
También he visto conductas y actitudes que jamás quiero tener. Saber cómo no quiero ser es suficiente para ser cómo quiero ser. He acabado un año y empezado otro sabiendo que valemos aquello a lo que damos valor, que es muy fácil en este mundo perdernos en enfados y discusiones que no llevan a nada. He recordado una lección que ya sabía: que todo es la capacidad de ver las cosas con la perspectiva suficiente, la de saber ser un grano de arena en el desierto.
He recordado que la vida es demasiado corta para pasarla enfadada. No quiero vivir enfadada. No quiero vivir rodeada de una queja que no conduzca a la acción. He recordado que hay gente que frena, pero que hay otra mucha que impulsa. He recordado que la vida es buena si te rodeas de gente buena. Que el mundo es enorme, que hay muchas vidas en una vida esperando a ser vividas. He vuelto teniendo todavía más claro que habrá gente que siempre dirá que no merece la pena buscar aquello que quieres, que para qué te quieres complicar la vida, que todo es muy difícil. He vuelto con la intención de ver qué vida lleva esa persona que dice que no merece la pena seguir buscando para comprobar, una vez más, que su vida no la querría para mí.
He recordado que es suerte, de la buena o de la mala, el nacer en un lugar o en otro y que no ser conscientes de eso hace que exijamos a quien no puede o que dejemos de valorar mucho de lo que tenemos. He vuelto con la certeza de que la única lección que deberíamos aprender es a ser honestos con nosotros mismos. He vuelto con el deseo, una vez más, de alejarme todo lo que pueda de la apariencia, la mentira, la necesidad de triunfar. Del horror de tener que demostrar. He vuelto con intención de no olvidarme de lo que ya sé y elegir en función de eso, porque cuando eso lo tienes presente tienes la capacidad de esquivar las piedras y no tropezar una y otra vez en las mismas.
He vuelto con el firme propósito de seguir mi propósito aquí que no es otro que seguir ayudando a las personas a que se atrevan a mirar la vida a los ojos, de frente y se aseguren de que cuando llegue la hora de marchar lo hagan con la certeza de que forzaron a la vida para que la vida les diera lo que ellos buscaban. Qué importante es recordar de vez en cuando que a la vida no se le pide, a la vida hay que forzarla. He vuelto teniendo muy presente que quiero ser tu impulso, jamás tu freno.
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