Acojoná. En un mes es Navidad. En un mes cumplo medio siglo. Porque yo ya nací tocando las narices un 25 de diciembre a mediodía.
Vosotros a lo vuestro. Yo al lío, que tengo faena. Voy a empezar a hablar ya con Papá Noel. Tenemos mucho de qué hablar. Le voy a contar todo lo que he hecho en medio siglo, dónde estoy y todo lo que me queda por hacer. Voy a escribirle doscientas veces lo que quiero hacer antes de morir. Porque vamos a morir, lo sabéis, ¿no? A veces parece que se nos olvida.
No le voy a hablar de perseguir sueños ni de ser valiente. Le voy a hablar de ilusiones, de esfuerzo y trabajo. Le voy a hablar de los altibajos de la vida (a veces pocos altis y muchos bajos). De que a veces para llegar a estar bien hay que elegir estar mal. De que yo no me quiero enamorar de mí misma sino de la vida, que es la que va siempre a mi lado y la que jamás se equivoca.
Le hablaré de mis hijos, de mis proyectos de trabajo, de mis amigos, de mi familia, de mi futuro. Recordaremos juntos mi pasado, gracias al cual estoy aquí y soy la que soy. Sobre todo de la gente que quiero y me quiere. Lo demás, poco me importa ya.
Le voy a agradecer mi capacidad para separar el grano de la paja, le voy a pedir que jamás me saque de la realidad y que jamás me de paciencia para aguantar tonterías. Que esto va a toda leche.
Pues nada, al lío. Y ya sabéis, la forma más fácil de que pasen las cosas es hacer que las cosas pasen.
También en el desierto.
He llorado de emoción muchas veces en medio de un mar, alejada de la costa. La emoción de llorar de felicidad sintiéndome parte minúscula de algo tan inmenso no la había experimentado con nada más. He acabado el año descubriendo que la inmensidad del desierto me...
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