Hay veces que no es fácil. Reconozco que no es fácil. Que hay que tener una dosis extra de autocontrol y regulación emocional.
Hay que poner en práctica todo eso que los psicólogos sabemos y enseñamos pero que, a la hora de la verdad, a todos nos cuesta. Controlar nuestra ansiedad, respirar, mantenernos en equilibrio. Saber mantenernos en paz. No es fácil.
No se trata de mantener una imagen. Alguien dirá que sí. Yo creo que no. Se trata de ser íntegros como personas. Se trata de que también somos nuestra profesión. No porque sea más importante que nuestra persona, sino porque después de muchos, muchos años, persona y profesión están fusionados.
Los psicólogos debemos dar luz. SIEMPRE. Somos un faro, un referente en el que mirarse. Somos una ventana a la que asomarse para ver el horizonte, para ver más allá. Somos y debemos ser siempre esperanza.
Yo lo veo así. Quizá porque quiera mucho mi profesión o sea demasiado consciente de la responsabilidad que conlleva.
No se trata de no mojarse ni de dar una imagen, se trata de tener interiorizado cómo afrontar la tormenta y cómo ayudar a seguir. Ni más ni menos.
Siempre digo que igual que el dentista tiene caries o pierde dientes, los psicólogos nos enfadamos, decepcionamos y lloramos. Pero de la misma manera que el dentista se arregla la boca para salir al mundo, los psicólogos debemos arreglarnos por dentro antes de salir de casa. Por responsabilidad hacia nosotros mismos y hacia la profesión.
Porque se supone que sabemos hacerlo. Porque SOMOS ESPERANZA.
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