Salen de casa para ir al cole. Padres y madres con sus hijos dispuestos a iniciar la jornada. Los veo cada mañana y recuerdo lo que hice (hicimos) durante un montón de años.
Madres y padres que antes de llegar guapos y peinados al trabajo hemos despertado niños. Niño desayuna. La leche al suelo, el Nesquik en la camiseta. Aquí tenéis los bocatas. Vístete. Lávate los dientes. Un pipí y a la calle. Vámonos. ¿Tienes caca? No. Tengo caca. Ahora no. La mochila del fútbol. ¿Llevas todo? Sube al coche. Baja. Me he dejado el bocata. Date prisa que no llego.
Así cada mañana. Los y las que hemos hecho esto durante muchos años podemos tener la certeza de que si no hemos enloquecido nada nos hará enloquecer.
Nada como una dosis matutina de paternidad y maternidad para llegar motivados al trabajo. Sentarse en la silla y suspirar.
Nada como años de este ejercicio para apreciar lo que la vida te regala. Ni mindfulness ni leches. Yo iba al dentista y era como quien va al spa. Qué paz.
Nada como salir de nosotros para que se nos vayan todas las tontería.
Me quedo con lo de «salir de nosotros» hay algo extraño y antinatural en el mindfulness cuando es vendido como la panacea, y es