Dar portazo a esa nostalgia que se empeña en elegir el gris. Un verano que vuela al infinito. Las vidas no elegidas, los adioses no dichos por imposibilidad de nacer. La paz y el mar. Seguir caminando. Tantos paisajes nuevos. Construir futuros recuerdos para poder regodearnos en la melancolía. La música, la calma de la prisa, la prisa de la calma. Cantar la tristeza y llorar la alegría. Un vestido bonito. Una noche de verano. Avanzar. Desear un largo viaje porque estar en la vida es frágil. Ponérnoslo fácil porque el final deseado siempre es un te quiero.
Los que vengan seguirán cantando, en el recuerdo, en su recuerdo. Darnos luz. Enseñar a ponerlo fácil. Llegar a la estación para que pasen muchos trenes. La luz del verano, el olor del recuerdo. De nuevo, un vestido bonito. La piel morena. Un pulso a la suerte. La banda sonora de la vida. El olor del mar. Recuerdos nuevos que poder añorar.
Una noche de verano. Luces de verbena. Un concierto. Bailar sentada. La prisa de que la calma vuelva a ser elegida. Saber que ya no hay más calma de la de un viaje que vuelve a ser largo. Adiós al cansancio de vivir despacio. Adiós a que nos digan cuándo parar. Poder cuando se pueda poder. Dejar el querer para cuando se quiera querer. Adiós a la exigencia. Parar el tiempo, jamás la vida.
Pausar la vida robada, las amistades no hechas, la buena gente, los encuentros. Que los de alrededor disipen la niebla. Los trenes. No hay error si hay amor. No existe el miedo en el nosotros.
Una foto antigua en blanco y negro, juegos de mesa, helados de limón. Estar a tiempo porque todavía hay tiempo. Si estamos, hay tiempo. Ser la memoria de las olas que huelen a sal. Saber a sal. Bailar. Deshacer la noche. Un vestido bonito. Vivir en chanclas.
Ser tiempo regalado. Entender que solo seremos lo que fuimos capaces de dar al otro. Un concierto. El verano como actitud, como la mejor actitud. Bailar sentados, pero siempre, siempre, siempre seguir bailando.
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