Opino luego existo. La necesidad de opinar. La obligación de opinar. La identificación con la opinión. Existo porque opino. Hay que reconocer que en los últimos años hemos adoptado algunas existencias un tanto extrañas, como la de si no estás en internet, no existes. Dicen algunos que si no estás en internet no existes como si no hubiera personas que buscan desesperadamente existir en internet porque no existen fuera de ahí. Hay profesionales brillantes que no existen en internet. Hay quien busca existir en internet porque no lo consigue en otro lado. Quizá necesites existir en internet porque si no, no existes porque de esto también lo hay. Y mucho.
Vamos al opinar: resulta que con el opinar pasa como con el existir e internet que son categorías independientes, aunque a veces coincidan. Se puede existir y no opinar. Incluso se puede saber de algo y no opinar porque se puede entender la vida más allá de un debate de opinión, incluso, ¡oh, sorpresa! se puede pensar que opinar solo tiene sentido cuando es necesario opinar porque no siempre es obligatorio ni necesario opinar.
Porque no me negaréis que hay quien tiene opinión de todo. Hay quien sale al mundo sabiendo de todo. A mí hay muchas cosas que no me interesan, de muchas otras ni me entero. Lo de no ver la tele hace por lo menos diez años que lo practico. Hoy voy a opinar sobre opinar porque si algo me cansa es salir al mundo escuchando la opinión de to quisqui sobre el tema de turno. Me cansa la gente opinando, me cansa el tema, me cansa la necesidad, me cansa la gente. No me cansa averiguar qué hay tras el aplomo, la necesidad y la obligación de salir al mundo con la boca llena de opinión.
Existe un sesgo cognitivo que puede llevar a algunas personas a sobrevalorar sus propios conocimientos y habilidades. Es una conducta que tiene que ver con un pensamiento rígido: el efecto Dunning-Kruger o la manía de opinar de todo. Es un efecto descrito en 1999 por David Dunning y Justin Kruger, dos psicólogos de la Universidad de Cornell (Nueva York).
A lo que llamamos efecto Dunning-Kruger es a ser un sabelotodo de toda la vida de dios. Los sabelotodos evolucionados en cuñaos no solo dan opinión, sino que intentan imponer su criterio porque los que saben del tema son ellos. Es lógico porque cuando no se tienen los conocimientos específicos sobre un tema tampoco se tiene la capacidad de saber que no se sabe. Ponme a diseñar puentes y verás de todo lo que soy capaz. La trampa es que la creencia de que sabemos algo solo desaparece a medida que aumenta el conocimiento, y como ya sé, para qué voy a preocuparme por saber. Si de tu boca sale lo de universidad de la vida es una prueba de que la vida no te ha enseñado que hay cosas que se aprenden estudiando.
Ningún ámbito escapa de esta percepción ilusoria, desde dibujar a hablar de motivación cual orador motivacional ante un público entregado, lo mismo da, ningún tema se escapa al sesgo de creer que tienes una habilidad ilusoria que te convierte en un sabelotodo. Si unimos esto a que toda persona es capaz de sacar lo que lleva dentro, que la sabiduría está en nuestro interior, la inspiración, los conocimientos de la experiencia, es casi un milagro encontrar a alguien que no opine de lo que no sabe. El otro día, en un debate de un tema de actualidad, escuché a alguien diciendo ‘este tema debería acabar aquí, en el momento en el que los profesionales que acompañan a alguien recomiendan lo que hay que hacer’. Los profesionales, que son los que saben, opinan que eso es lo correcto. Fin. No empezar a partir de ahí, sin tener ni idea pero sí la osadía de ponerte a la altura de los expertos profesionales con un ‘es que yo pienso, es que yo opino…’ pero, ¿quién te crees que eres tú para saber más que quien sabe? Un ignorante, ni más ni menos, alguien que necesita opinar para que le hagan casito.
La realidad es que es imposible que nos interese todo, tampoco es necesario tener opinión de todo, ni se es ignorante por no tenerla. Es justo al revés. Sin embargo, quien está bajo este sesgo tiene un sentimiento de superioridad considerándose más inteligente que otras personas y todo ello basado en su escasa habilidad o conocimiento. Si cuanto menos sabemos, más creemos saber seremos incapaces de detectar y reconocer la incompetencia, lo que lleva a no detectar la competencia de quien la tiene.
A nadie le importa mi opinión, pero yo opino.
Dar la opinión como compulsión. La necesidad de compartir nuestros puntos de vista con los demás. ¿Realmente has pensado a cuánta gente le importa tu opinión? ¿Crees que tu opinión interesa? ¿Quién te la ha pedido? ¿Cuántas de las opiniones que das responden a la demanda concreta de alguien? Se trata de poco más que la compulsión de decir lo que piensas porque un buen día asociaste opinar con presencia, reconocimiento en el otro y valor.
Luego están los de yo mejor no digo nada, en mi humilde opinión, prefiero callarme porque si hablo…frases con las que asoma el cuñao que tira la piedra y esconde la mano. Reconocer que no deberíamos decir nada es una forma cobarde de disculparse por lo que se va a decir, porque sabemos que esas palabras o no debemos decirlas o no es el momento. Si crees que realmente ‘mejor no digo nada’ mejor no decir nada, porque diciendo esta frase ya estás diciendo. Mejor te muerdes la lengua y no dices, mejor te callas. Una vez más el infantilismo en determinadas formas de hablar, el mecanismo de no afrontar el tema, el no saber que uno o dice o calla.
El problema de este sesgo no es solo la evidencia de que hablamos sin tener ni idea, sino que va más allá pues tomaremos decisiones basadas en esos supuestos conocimientos y habilidades. El autoconcepto no estará nada ajustado a la realidad y las decisiones nos llevarán a fracasos. Desde esta supuesta habilidad y ausencia total de autocrítica creeremos que la culpa de los fracasos está fuera, pero nada más lejos de la realidad.
Los discursos que me empoderen, la universidad de la vida, no hará más que alimentar el que yo valgo para esto. Si esto lo hago en mi trabajo, si soy jefe las personas de mi alrededor se acabarán yendo. No se puede dialogar con alguien así. Estas personas son amigas, padres, hijos, jefes, compañeras, empleados. Igual que el manipulador se pasea por cada faceta de su vida, lo mismo sucede con el cuñao. Con estas personas ni se puede ni se debe razonar. Es un desgaste tremendo. Decirle que no tiene ni idea, que no conoce el tema no hará más que reforzarle en su sabiduría y tu ignorancia. Bye, bye.
La frustración de no tener razón no está en no tener razón sino en entender que la valía personal no está en la opinión sino en el reconocimiento del otro. Hay mucha frustración escondida en el querer opinar de todo. Lo mejor: la huida.
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