Érase una vez unos seres diminutos de apariencia humana que vivían en un pequeño hongo. Vivían en comunidad con similar apariencia y vestimenta. Incluso tenían un vocabulario común entre ellos.
Tenían un líder: Papá Pitufo. Era un sabio y anciano pitufo que procuraba impedir que los pitufos se comportaran como simples humanos. Cada uno recibía un nombre basado en su ocupación o un rasgo de personalidad. Esa ocupación o rasgo pasaba a definirlos como “ser”. Eso les hacía únicos y especiales, a la vez que condicionaba su forma de estar en el mundo.
Y así fueron aprendiendo a salir al mundo: con la necesidad de etiquetarse en algo que les diferenciara de los simples humanos. Estaban tan orgullosos de sí mismos que por mucho que variaran las circunstancias en las que se encontraran, ese rasgo permanecía inalterable. Porque ellos, a diferencia de los humanos que sí cambiaban y evolucionaban durante toda su vida, se enorgullecían de no cambiar jamás.
En la Aldea Pitufa compartían vidas. Trabajaban y se divertían juntos haciéndose necesarios los unos para los otros. Su crecimiento pitufil se ceñía a competir entre ellos por ser el más estable en ese rasgo que los diferenciaba del resto. Incluso de los defectos hicieron virtud. Así la gula pasó a ser Goloso, la pereza Perezoso, la vanidad Vanidoso. Borde, Infiel, Trepa, Mentiroso, Vengativo, Quejica.
Los pitufos envejecían más lentamente que los humanos. A los 100 años alcanzaban una madurez mental similar a la de un humano adolescente. Eso hacía que su estilo de vida, su lenguaje y su comportamiento fuera tan juvenil toda la vida.
LO QUE UN PITUFO IGNORA:
La excusa
- Justificar un comportamiento con un rasgo de personalidad es la excusa utilizada por infieles, impuntuales, maleducados, ambiciosos, mentirosos, déspotas o celosos.
- Utilizar el “ser” para justificar una conducta es creer que darle rango de personalidad al comportamiento lo convierte en válido.
- La excusa esconde la creencia de que ser de una manera concreta es inamovible. No podemos cambiar porque utilizamos la excusa de la personalidad como algo inamovible. Así que te aguantas: yo soy así y así seguiré, nunca cambiaré.
La personalidad
- La personalidad es un constructo relativamente flexible que se ve afectado por las experiencias que vamos viviendo a lo largo de nuestra vida. La necesidad de adaptarnos al medio es la fuente principal que genera esos cambios vitales. Pura evolución vital.
- Nuestra personalidad o la manera en la que actuamos en ciertas situaciones y cómo nos relacionamos con el entorno cambia a lo largo del tiempo y podemos modificarla a voluntad. Por eso es lógico pensar que, si nuestro entorno varía, nosotros lo hacemos con él.
- Es de seres evolucionados cambiar cuando las circunstancias del entorno exigen que lo hagamos para alcanzar conductas más adaptativas. Pura supervivencia.
La voluntad
Cambiar requiere esfuerzo. Es mucho más fácil mantener los hábitos, seguir la inercia, el “siempre he sido así”. Es más fácil eso que cuestionarnos las consecuencias del “ser así”. Es más fácil hacer de mi defecto un rasgo de mi “ser».
Cambiar implica:
- Introducir el concepto de flexibilidad y adaptación en nuestra personalidad.
- Aceptar el feedback y la retroalimentación.
- Entender que el autoconcepto debe estar en continua evaluación para ir resolviendo los problemas de la vida.
Sin embargo, de tu experiencia con pitufos has sacado tres aprendizajes:
- Huyes enseguida cuando alguien dice en exceso “soy”, porque has aprendido que estás ante una persona que no ha entendido que para mejorar hay que cambiar ni tiene intención de hacerlo. Poco que hacer.
- El carácter rígido de estos personajillos dificulta tu vida en sociedad, imposibilita la convivencia y te pone a la defensiva porque no sabes en qué esquina te vas a encontrar con el próximo “encantado de conocerse”. Una pena.
- Dejarlos a ellos en su Aldea Pitufa y buscarte una Aldea llena de humanos que asumen el cambio y la evolución personal como forma de vida.
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