Ellas, mujeres cuya necesidad es tal que en ocasiones se someten a varios tratamientos de fertilidad sin importar los riesgos para su salud. Ellas y la meca de la explotación reproductiva. Un contrato que no es más que pura usura reproductiva. Ellas y una cláusula de confidencialidad como trampa para no mostrar la vulneración de los derechos humanos a los que estas mujeres son sometidas.
La meca de los vientres de alquiler. La guerra. Y ellas.
El drama de un momento en el que los medios hablan del miedo a no poder registrar al recién nacido y por tanto, el problema de su no existencia a efecto legal. Nadie habla de ellas. Nadie.
Hay que protegerlos, por supuesto. Y a ellas.
El derecho fundamental de estos hijos e hijas a la vida y a su integridad (la de los ya nacidos pero también los concebidos). El derecho fundamental de ellas.
La petición de no discriminación por su diferente modo de concepción. ¿Y el de ellas?
La pandemia ya trajo una crisis en la recogida de estos bebés. Los próximos nacimientos. La preparación y recuperación psicológica y física de ellas.
Lo terrible de un negocio ahora unido al drama de una guerra en la que en los medios solo se da voz a la ‘dramática’ situación de quienes compraron el bebé que otra mujer gestaba mediante un contrato rodeado de pobreza. ¿Y ellas?
El ‘drama’ de no conseguir el bebé pagado, la preocupación de qué será de ese producto comprado, la ausencia de humanidad y empatía hacia la mujer gestante. Un producto. Mujer que es objeto, instrumento, aparato que gesta, que pare y que no tiene, como nunca tuvo, libertad de movimiento en un entorno en el que la pobreza la ha ahogado en lo que es y hace de ella.
El drama de una guerra que visibiliza el auténtico drama de ser una persona que sale al mundo deshumanizada, defendiendo sin ningún rubor la complicidad en la vulneración de derechos humanos. El drama de no querer entender que se es parte de una explotación y mercantilización de un cuerpo feminizado y pobre. ¿Y ellas?
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