Conmigo aguantan cinco horas cada mañana. Cada mes, quince chicos y chicas nuevos se sientan frente a mí. En un aula. Adoro a los conflictivos del instituto, los que abandonaron, los que llegaron a gritarse con el profesor, los que durante muchos años la única motivación para salir a la calle ha sido pelearse con alguien.
Hay que escucharlos. Nadie jamás los ha escuchado. Y si están ahí, delante de mí, es porque alguien se paró un minuto delante de ellos a mirarles a los ojos. A preguntarles. A buscar a esa persona que está dentro del azar de nacer donde cada uno nace.
Jamás, ni padre ni madre fueron a hablar con el profe del colegio. Jamás, madre o madre ha asistido a una reunión del instituto, pero son los conflictivos. ¿Cómo no vas a ser conflictivo si nadie te ha querido nunca? La soledad.
Son un problema, (poco más han escuchado de ellos en su corta vida), bajan el nivel de la clase. Y es verdad, pero cuando les miras a los ojos, cuando les escuchas, cuando permites (te permites) entender encuentras por donde tirar.
Cada mes pasan por mi aula quince jóvenes. Llevo años así. Imposible recordar el nombre de todos. Ellos y ellas sí se acuerdan de mí. Me recuerdan como esa persona que les bajó de la rueda y les hizo pensar. ‘Soy pesada con lo de parar y pensar’ les advierto el primer día. Y piensan. En su vida, en ellos. En ellas. Ellas y los abusos callados y sufridos en casa. Su familia. Paran y piensan.
Esta sociedad nos lleva a creer que, cuando con 16 años no sabes qué decidir, tu vida va a ser un desastre para siempre. Más tarde, la vida te enseña que te puedes equivocar, que te vas a equivocar, que las equivocaciones forman parte de la vida, que las decisiones erróneas nos acercan a las que en algún momento serán acertadas. O no, pero que esas cartas van a salir.
Y me enervo con la poca empatía de quien desde el sofá de su casa es incapaz de entender esto. Me enervo con quien habla sin mirar a los ojos. Me enervo al comprobar, una vez más, lo corta que es la mirada cuando sale del ombligo.
¿Qué quieres ser de mayor?, le seguimos preguntando, sin parar, sin pensar, sin mirar a los ojos y averiguar si alguna vez se ha sentido querido.
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