Mucho se habla: cree en ti.

enero 4, 2019

¿Alguien todavía no se ha enterado de la importancia de creer en uno mismo? Todos a estas alturas ya sabemos que debemos creer en nosotros, pero ¿qué es creer en uno mismo? La confianza en nosotros mismos es fundamental en cualquier área de nuestra vida.  Estar segura de mi capacidad y de las posibilidades de lograr algo es indiscutible pero ¿dónde están los límites de esta confianza?  ¿Alguien me enseña dónde poner los límites de la confianza en mí misma?

Porque la saga de nuestra autoproclamada onmipotencia y nuestra incapacidad para establecer límites en todo aquello que nos propongamos (véase si quieres puedes, los imposibles no existen, si lo crees lo creas) también afecta al Cree en ti.

Hay una delgada línea entre creer en mí y vivir instalada en la autocomplacencia. Mucho se habla de creer en mí. Poco se habla de los peligros de la autocomplacencia. Peligros para mí y para los que me rodean.

Confieso que me da un poco de miedo la fe ciega con la que algunos salen al mundo. Me da miedo que el ser humano vaya perdido la capacidad de dudar y el inmovilismo al que le conduce esa rigidez. Y es que creer ciegamente en mí me vuelve rígida e inflexible. Mis sentidos se resienten. No oigo ni escucho. No veo ni miro. Cero autocrítica. Creo en mí. Soy la verdad y la vida.

Mucho me hablan de creer en mí pero, una vez más, no me enseñan cómo hacerlo. Una vez más se interpreta que tengo que creer mucho en mí y aquí, como en todo, no se trata de hacerlo en cantidad sino de hacerlo bien. Creer bien (que no mucho) en mí. Eso es lo que debo hacer.

Y en este escenario de fe ciega en una misma no hay sitio para la duda. Dudar no está de moda. Dudar es de débiles, de los que no tienen las cosas claras. Nos hemos llegado a creer que dudar es incompatible con creer. Y eso no tiene por qué ser así. Yo creo en mí pero también creo en la capacidad de dudar de todo lo que me pasa. Me calma saber que no pasa nada si dudo porque la duda me obliga a parar, a reflexionar y me regala la capacidad de rectificar. Me tranquiliza saber que si cambio de opinión no pasa nada. Me sosiega saber que no estoy encadenada a ninguna creencia que me pueda limitar en un momento dado.  Me da paz saber que no estoy dominada por todo lo que pienso, siento o hago.

Creer en mí dudando de mí no es fácil pero es la única manera de no morir en mí cayendo en mi propia trampa.  Mi jaula, preciosa pero jaula.

Yo quiero seguir teniendo el poder de la duda y los beneficios que me aporta. Creer ciegamente en mí me vuelve comodona y dependiente de mis conductas, mis pensamientos y mis emociones. Creer ciegamente mata mi curiosidad y mis ganas de experimentar. Tener fe ciega en mí es cerrar los ojos, es obediencia ciega a mí misma. El inmovilismo. Mi prisión. Mi ego.

La duda me hace libre. Dudar de lo que pienso y siento me obliga a profundizar y a cuestionar. La duda es atrevida y rebelde. Dudar me da seguridad y me hace crecer. Es a través de la duda como voy construyendo la confianza. Dudar me quita la venda, me abre los ojos y los oídos. 

Sin embargo, la certeza de que hago, pienso y siento lo correcto sale más barato. Estoy convencida de que tengo razón, me identifico fácilmente con un grupo e incluso elijo a mi enemigo. La duda lleva trabajo. La duda es cuestionarme, analizar, reflexionar. No hay ego que resista el poder de la duda. No hay ego lo suficientemente inteligente como para disfrutar los beneficios de la duda.

Mucho se habla de creer en mí. Poco se habla de la autocomplacencia a la que me condena el no saber dudar.

La autocomplacencia es el sentimiento de satisfacción por la propia manera de ser o actuar.  La autocomplacencia es la ausencia de espíritu crítico con uno mismo, ausencia de autoanálisis honesto, autoengaño por todos los poros, rigidez de pensamiento y resistencia al cambio.

La autocomplacencia es el traje de nuestro ego. Es ponerse a uno mismo como ejemplo de vida para los demás. Es salir al mundo con la autoexigencia de demostrar lo claro que lo tengo todo. ¿Por qué? ¿Para qué? Para llenar vacíos, seguramente. Es caer en mi propia trampa por no haber aprendido lo que verdaderamente significa creer en mí. En la autocomplacencia intervienen una serie de sesgos cognitivos que nublan mi capacidad de pensar y analizar la realidad y que me instalan en mi orgullosa jaula.

La autocomplacencia como consecuencia de no saber creer bien en mí hace que exista un desajuste gradual entre lo que soy y lo que creo que soy. Es la trampa de la fe ciega, aunque sea en uno mismo.

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