Esta semana ha muerto Kirstie Alley. Tenía 71 años. Es curioso como estas personas que se han metido en nuestras vidas viven (y mueren) ajenas a su edad cronológica. Kirstie es, entre otras, esa Rebecca de Cheers, esa serie en la que se suceden escenas en un bar de Boston en el que en cada capítulo circulan litros y litros de cerveza. Una parte de mí creció con Kirstie. Me ha dado pena su muerte. Vivir también acaba siendo aprender a convivir con la pena de ver a gente bajándose del tren.
Siempre he sido muy consciente de que aquí pasamos un ratito y que no sabemos cuánto dura. Eso nunca me ha dado miedo. Eso siempre ha servido como impulso para enfocarme en lo que sí y ser muy consciente de lo que no. Esto me ha ayudado a tener fuerzas para avanzar. El Memento Mori ha sido siempre un gran motivador para mí. Siempre ha estado presente. No es algo que piense. Es algo que sé. Siempre lo he sabido. El saber que hay solo una vida y que no sabemos cuando acaba ha sido desde muy joven mi motor para hacer lo que considero que debo hacer, aunque muchas veces me haya llevado a tomar decisiones tan dolorosas como imprescindibles para ser honesta conmigo misma.
Esta semana ha llegado de nuevo Rebecca a mi vida para recordarme que no hay otra oportunidad, que qué hacemos pasando tiempo en lo que no. Tomar la decisión de querer entender que esto se acaba en cualquier momento es saber que hay un antes un después. Un antes y un después de saber mirarlo todo con perspectiva, de que no hay un camino marcado, de que no tiene ningún sentido no intentar estar bien.
Un antes y un después de saber cuántos cuentos nos han contado para que no llegáramos a entender que la vida es cómo decidimos contarnos este cuento. Esto es breve. Tú decides. ‘No es fácil’, me dirás. Por supuesto, pero tampoco es fácil quedarte toda la vida contándote el cuento que te aferra a lo que sabes que te aleja de tu vida.
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