La estupidez de ser duro.

enero 30, 2022

Nos enorgullecemos de ser duros con nosotros mismos. Creemos que esa dureza (no sé exactamente qué es) es el camino para conseguir tampoco se sabe muy bien qué. Supongo que es la evolución natural de ‘la letra con sangre entra‘ aderezada con cualquier frase de la saga ‘los valientes jamás se rinden’.

Consecuencia de ello es tener miedo a ser demasiado blandengues con nosotras mismas. Porque claro, este juez crítico y duro juega un papel importante para tenernos a raya manteniéndonos en el camino de sacar todo nuestro potencial. Porque ¿qué sería de nosotras si no sacáramos todos los días todo nuestro potencial?

Nos da miedo ser amables y cariñosas con nosotras mismas porque creemos que lo que nos hace crecer y evolucionar es ser duramente autocrítica, seguir los mandatos de esa vocecilla cuyo lema es que nada nunca es suficientemente bueno.

Nadie motiva a nadie diciéndole ‘pareces tonta, eres estúpido, no puedes ser más vago, siempre dejándolo todo para el final, así no llegarás a nada, mira a fulanito cómo se esfuerza…’ Esta dureza (maltrato) jamás ha sido ni será un motivador efectivo. Puede que te ponga las pilas a corto plazo, pero a medio plazo esa voz dura y autocrítica solo conseguirá que pierdas la fe en ti mismo. Lo peor es que en esa autovaloración basarás tu supuesta autoestima.

No hace ser muy inteligente para darse cuenta de que un tipo de estímulo amable será más eficaz y duradero; poner la atención en cómo puedo mejorar junto con el acompañamiento darán la confianza y el respaldo necesarios. Imagina que tu amigo está mal porque lo han sacado del trabajo y tú le dices ‘si es que es normal, no estás suficientemente preparado, eres un inútil, qué vas a hacer a tu edad, no tienes dónde caerte muerta, la cantidad de tiempo que has perdido, mucho han tardado en sacarte, a ver ahora dónde encuentras trabajo, nadie te va a querer’. ¿Le hablarías así a tu amigo? Pues eso es lo que te dices a ti misma.

Ser duro con el prójimo sirve para poco más que para ir cayendo fatal a todo aquel que tiene la mala suerte de pasar por nuestra vida. Desde el orgullo de esa dureza (a saber qué carencia hay ahí) cuando nos percatemos de que no gustamos es probable que caigamos en algún pensamiento narcisista como que somos objeto de envidia o que pocos están preparados para estar a nuestro lado. Cada vez más con tu amiga soledad porque pocos se mantienen a tu lado. Normal. Ser duro contigo mismo tendrá el mismo final: la poca vinculación contigo, la soledad y el autoengaño para no reconocerlo.

Si somos amables, capaces de ser comprensivos cuando fallamos o detectamos algo que no nos gusta de nosotros mismos, si sabemos solidarizarnos con esta emoción desagradable, la validamos y respetamos, seremos capaces de hacer cambios reales para mejorar. De ahí saldrá el deseo de aliviar ese sufrimiento, por estar mal y querer estar bien, no por sentirnos inútiles.

El poder (supuesto poder) motivador de la autocrítica y la dureza proviene del miedo. Sin embargo, el poder motivador de tratarme bien viene del amor, del cariño que me tengo. Y eso es lo que funciona a medio y largo plazo. Es el camino de la atención en la acción reforzadora, en el pequeño logro, en el alimento de la autoconfianza. En esa autoestima de la que todos hablan, pero pocos saben cómo alimentar.

Urge aprender a hablarnos bien, a tener compasión con nosotras mismas, a entender que si no hicimos más es porque no pudimos. Urge matar esa voz autocrítica de exigencia infinita. Urge aprender a sentir bondad por nosotros. Urge dejarnos en paz.

Hablarme bien, ser compasivo conmigo mismo mejora la motivación y aumenta la confianza en mi capacidad de logro. Ser dura conmigo mismo aumenta el miedo al fracaso, aunque no me acabe de dar cuenta de ello. Por eso muchos de los que tienen un lenguaje severo en el desarrollo personal son los mismos que hablan de fracaso. Si el fracaso es parte de la vida, si me respeto en mis errores, no necesito aprender tanto de él para sentirme bien, porque mi valía no está en el logro.

Ser dura enfatiza los sentimientos egocéntricos de separación con los demás, me compara inevitablemente con ellos, y sin darme cuenta acabo envuelta en mi propio drama emocional y vital. Tengo que salir al mundo a demostrar de lo que soy capaz. La comparación infinita con los demás. Buscar la diferencia no es más que otra forma de compararme con el resto. De nuevo, el alejamiento y la soledad. Y el autoengaño para no reconocerlo.

Bajo ser duro existe la creencia de que si me avergüenzo puedo cambiar: los supuestos beneficios de la autoflagelación. Tapo las debilidades con decisión y firmeza, las llamo áreas de mejora desde mi inseguridad a reconocer que tengo debilidades (como todo hijo de vecino) y mi miedo a reconocerlas para evitar la autocensura. Este entramado es sutil y hay personas que lo tienen tan normalizado que no son conscientes de ello. Esa dureza va tejiendo un comportamiento narcisista y egocéntrico que me puede llevar a menospreciar a los demás para sentirme bien conmigo misma. Y no me doy ni cuenta porque esa voz que me habla y me dirige me va manipulando y en la manipulación uno no se da cuenta de que es manipulado porque si no, no sería manipulación.

Si me siento de verdad humana no puedo ver a los demás como competidores. Todos sufrimos, tenemos problemas, a todos nos cuestan los momentos complicados. Si me sé humana recupero la paz que perdí cuando me creí lo de tener que demostrar. Cuando me reconozca humana crearé un lugar seguro, un lugar en el que, pase lo que pase, siempre me querré y me ayudaré a mejorar. Ahí residirá la autoestima (no tendré necesidad de hablar de ella), la fortaleza y la debilidad. Ahí estaré yo. Ahí sabré que la autoestima, como todo, no es la causa de que yo me quiera más o menos. La autoestima es consecuencia. No es cuando me quiera que me hablaré bien, es hablándome bien y siendo bondadosa conmigo como me iré cogiendo cariño. Habrá autoaceptación y ese es el gran triunfo de la autoestima.

Habré aprendido a ser amable conmigo cuando la vida se tuerza. Seré buena conmigo, me hablaré bien, me animaré, me corregiré. Desde la seguridad emocional de verme y aceptarme con sinceridad conseguiré estar bien aunque esté mal y seré capaz de cambiar lo que haga falta para afrontar mi dolor. Me sentiré bien conmigo no porque sea especial sino porque he entendido que soy un ser humano y que, solo por eso, ya merezco respeto. También el mío.

Entradas relacionadas

También en el desierto.

También en el desierto.

He llorado de emoción muchas veces en medio de un mar, alejada de la costa. La emoción de llorar de felicidad sintiéndome parte minúscula de algo tan inmenso no la había experimentado con nada más. He acabado el año descubriendo que la inmensidad del desierto me...

Cuántos cuentos te cuentas.

Cuántos cuentos te cuentas.

Esta semana ha muerto Kirstie Alley. Tenía 71 años. Es curioso como estas personas que se han metido en nuestras vidas viven (y mueren) ajenas a su edad cronológica. Kirstie es, entre otras, esa Rebecca de Cheers, esa serie en la que se suceden escenas en un bar de...

2 Comentarios

  1. María

    «Aceptarme con sinceridad» creo que es clave. Este post da mucho ánimo y ayuda a ser más amable con uno mismo, que no es poco. Gracias!

    Responder
    • Mjgcaimari

      Debemos aprender a hablarnos con más amabilidad. Un abrazo.

      Responder

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *