¿Recordáis la ilusión de la víspera de algo? El disfrutar más de eso que de cuando lo estamos viviendo. ¿Recordáis la ilusión de planificar? Eso va un poco en contra de lo que nos dicen de vivir el presente, a no ser que entendamos de una vez que utilizar el presente para planificar el futuro es lo que nos engancha a la vida. Quizá no hayamos nacido para vivir tanto en el presente. No quiero decir que no haya que disfrutarlo, pero el presente no es la vida, por lo menos de la del ser humano, por lo menos de la del ser humano en esta parte del planeta que es la que nos interesa. Estos días estaba dando vueltas a la palabra que pueda definir estas pocas ganas de salir, de quedar con gente, esta poca ilusión, a pesar de estar bien.
¿Sabéis por qué nos cuesta tanto ilusionarnos? Porque no podemos planificar el futuro. Lo de soñar está muy bien si lo puedes traducir en plan de acción, de lo contrario no sirve para nada.
Apatía es la palabra. La ausencia de reforzadores, ausencia de estímulos o disminución de los mismos. Desesperanza. No poder hacer planes. No ilusión. Porque, ¿qué cosas nuevas nos pasan cada día? ¿Cuánto tiempo llevamos así? ¿Qué hacer para volvernos a enganchar a la vida sin poder hacer planes? El presente es importante cuando existe el futuro. Cuando no hay futuro el presente puede ser una cárcel, la no ilusión, la no vida. Algunos dirán que no sabemos y debemos aprender, yo creo que sí sabemos, de la misma forma que sabemos que sin futuro no hay vida.
La vida está escrita en futuro porque la ilusión es futuro, la esperanza es futuro. La vida humana es futuro. El presente sin futuro nos ancla a la apatía. Y la apatía pesa un montón. De ahí puede llegar la abulia, la anhedonia, la depresión.
Es duro no poder hacer planes. Me diréis que podemos hacer planes a corto plazo. Ya, sí, pero es que los planes a futuro más allá del día de hoy son el motor para levantarnos y llevamos tres meses con los planes que, en el mejor de los casos, nacen y mueren el mismo día. ¿Os bastan? Valorar los pequeños momentos. Llevamos tres meses haciéndolo. Estamos hasta el moño de valorar los pequeños momentos. Ya está. No basta. Apatía. Quizá a ti no te pase, puede ser, pero a muchísimas personas sí y para ellas es esta publicación. Esas que están hasta el moño de vivir el presente, de las pequeñas cosas y de aprovechar la oportunidad que les ha traído la vida. Yo también soy capaz de ver lo bueno, pero no basta. Siguiendo el cuquilenguaje diría que es de valientes reconocerlo. Dejarte de autoengañar también puede ser una oportunidad que te traiga la pandemia.
El problema es que lo que elijamos a corto plazo va a ser por eliminación. Van a ser cosas permitidas que podamos hacer. En esta situación cualquier decisión es reacción a lo que estamos viviendo. Mucha libertad de elección no tenemos. El verano siempre eran planes, un pequeño viaje, reencontrarnos con amigos. Poco podemos planificar.
Aquí cada uno debe encontrar su vía de escape. Hoy me apetece contarte la mía, la nuestra. Mis hijos y yo nos hemos metido en una historia. Supongo que será fruto de la etapa dura del confinamiento. Por cierto ¿recordáis la época dura? Yo ya no. Estamos tocaditos, no me lo negaréis.
Pues eso, necesitaba meter la cabeza en algo grande y no inmediato. Los que me conocéis ya sabéis cómo soy. En algo que si tarda un año no pasa nada. Es construir algo juntos que nos haga ilusión. Es imaginarme en ese otro ‘hogar’. Es poner amor a un proyecto. Es algo que si al final no sale habrá tenido la función de ser simplemente el motor para seguir tirando del carro. Porque no todos los sueños han nacido para cumplirse, algunos tienen la función de ayudarnos a seguir hacia delante. Casualmente, un día de esos más negros les comenté: ‘ahora lo que tendría que pasar es…’. No voy a decir aquí lo que es, solo diré que es una cosa que podría haber pasado hace tres años y que jamás imaginas que va a pasar en una pandemia mundial. Ya es porque no creo en el universo porque unos pocos días después recibí una llamada de una persona desconocida que materializaba eso ‘que tendría que pasar’.
La historia sigue su curso. Si acaba bien os lo contaré. Si acaba mal…no, no puede acabar mal porque aunque no se materialice habrá cumplido la misión de poner la cabeza en algo más grande, en engancharnos a la vida, en recuperar la ilusión. Hoy me apetecía contároslo. Cuidaos mucho, seguid disfrutando de las pequeñas cosas pero meted la cabeza en algo más grande y más lejano, que os ayude a seguir. Porque las pequeñas cosas a veces no bastan.
0 comentarios