Esta semana escuché a una persona de estas que dedica su vida a que nos queramos por dentro que llegará el día en el que ya no pronunciaremos la frase ‘no aparentas la edad que tienes’ (forma bonita de decirte que tienes la edad que tienes). La influencerdelavida en cuestión se refería a que los tratamientos antiedad conseguirán que esa frase quede en el olvido. Y a mí, cuando escucho semejantes afirmaciones, se me ocurren cositas.
Me pregunto: ¿por qué hay que desafiar a la edad? ¿Por qué Instagram está lleno de mujeres que supuestamente te ayudan a quererte mientras comparten día a día su nula aceptación del proceso de envejecimiento? Tanto no te aceptarás ni te querrás si esquivas el paso de la vida. Vivir es envejecer, con dignidad por dentro y también por fuera, pero envejecer. Vives en la disonancia si enseñas a quererse y eres incapaz de salir sin filtro. Te has instalado a vivir en esa disonancia y ya no te das ni cuenta.
Y es que ser consciente del proceso de envejecimiento no es nada fácil. El cuerpo con su celulitis, sus michelines, su flacidez, sus arrugas. Sí, pero también el cuerpo como el caparazón que esconde lo grande que eres, que protege lo más sagrado que llevas dentro. Ese cuerpo que esconde todos esos recuerdos, esas emociones vividas, los amores y desamores. Cada ilusión. Cada sufrimiento. El miedo, la alegría, los fracasos y los triunfos.
¿Dónde dejaste tantas risas , tanto llanto, el gesto de cada enfado, la expresión de cada sorpresa? La profundidad en la piel de las bromas compartidas, los surcos de la sabiduría de tus años. Los caminos en soledad, los años compartidos. El amor a tu vida, a la vida, a los años. Esas manchas, esas vacaciones. Ese recuerdo en la piel de los días en la playa, del calor de los veranos, del morir de frío esos inviernos, del calor del alma, del frío de la traición y la decepción. Ese ceño de todo aquello que te hizo enfadar. De lo que supiste salir y de lo que no. Esa arruga que acabó arrugándote el alma. Tus mentiras, tus verdades, tus sueños, tus secretos. Tus años.
No te quieres tanto si no te gusta el paso de tu vida por tu cuerpo. El cuerpo es la manera que tiene la vida de recordarte todo lo vivido. Y amarlo. No es fácil cultivar este amor pero sí necesario. El amor a tu vida demostrándote que no tienes miedo que la vida te siga llevando de la mano, que le cedes al tiempo el paso que le pertenece, porque él es eterno y su tiempo te ha sido regalado.
Yo quiero vivir aceptando cada paso de ese tiempo en mi cuerpo. Quiero querer quererme. Quiero no caer en el miedo, en la disonancia de creer que me quiero cuando lucho contra mi tiempo. No quiero brillos, no quiero plástico, no quiero subir lo que el paso de cada uno de mis días ha llevado despacito hacia abajo. Quiero la cabeza bien alta, el orgullo, la estima y la dignidad de saber que estoy haciendo con mis días lo que necesita mi tiempo. No avergonzarme de mi vida. Quiero permitirle a la vida y a mi tiempo que dejen en mí todo lo que conmigo se quiera quedar. Quiero huir de la disonancia de creer que me quiero cuando evito que mis días vividos me sigan queriendo. Y tú, ¿te atreves a quererte?
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