Releer y releer el último capítulo.

diciembre 4, 2022

Hace unas semanas le comenté a una paciente que estaba escribiendo estas líneas. Y es que siempre me pasa lo mismo: tengo decenas de textos empezados que no encuentran el tiempo de ser acabados. Le gustó lo de releer. Todos nos podemos encontrar, todas nos hemos encontrado en esta situación. ¿Qué situación? La de convencernos de que estamos en ese capítulo que una parte de nosotros sabe que hace tiempo acabó. Piensas en ti y en la siguiente página, esa que, una vez más, está en blanco. Piensas que no es el momento. ¡Cuántas cosas hay en esta vida para las que tu cabeza te dirá que no es el momento! De hecho, pocas veces la cabeza entiende cuándo es el momento. Es normal que así sea porque el momento no es algo que llega sino que es ese espacio y tiempo que vas creando. El momento, como las oportunidades, no son trenes que pasan, son estaciones a las que sabes que debes ir para que pase el tren que quieres que pase. Eres tú quien decide ir a la estación. Eres solo tú quien va a averiguar cuál es la estación por la que pasa el tren que circula en la dirección que tú quieres. Porque esto no va de trenes, va de estaciones a las que saber llegar.

Volvamos a la página en la que te encuentras ahora. ¿Cuánto tiempo llevas releyendo el último capítulo por no pasar página y mirar de frente la página en blanco? Esa página vacía que cada vez que te has enfrentado a ella te mira. Os miráis y la pregunta sale sola: ¿qué hacemos ahora? ¿Por dónde empezamos? El vértigo, el gusanillo en la tripa. Saludas a ese gusano que sabes que te invita a pasar página. ¿Qué seríamos sin esos gusanillos? Ahora les quieren llamar ansiedad. Lo de menos es que sea ansiedad, aunque lo sea. Quitarle el nombre y escuchar su mensaje es bien, porque eso que ya es mariposa habla de ilusión e impulsa. Dejas de preguntar y empiezas. Empiezas a escribir, a caminar, a dibujar, a hablar. Empiezas a escribir y compruebas que escribes. Empiezas a caminar y vas caminando. Dibujas. Hablas. Sueñas. Vives. Avanzas. Vuelas. Empiezas y avanzas porque empezar ya es avanzar.

Empiezas y recuperas la sensación de control, esa que perdiste hace tiempo, ese tiempo en el que solo pensabas en empezar, pero jamás lo hacías. ¿Cómo lo voy a hacer?, te preguntabas. ¿Y si no puedo? Recuperas esa sensación porque has decidido. Coges las riendas, diriges tus acciones hacia donde tú decides. Todo empieza cuando decides decidir. Hasta ese momento todo es un mientras tanto. Las personas necesitamos esta sensación de control para sentirnos bien (luego controlamos lo que controlamos, pero esa sensación es necesaria para el bienestar). No tener sensación de control, creernos que vamos ahí donde la vida o nuestros pensamientos nos llevan, nos genera mucho malestar.

Entiendes que recuperar la sensación de control es ponerte delante de la página en blanco y empezar a escribir. Empezar. Avanzar. Ahí entiendes las excusas que llevas poniéndote años, esos argumentos que tan brillantemente era capaz de inventar tu cabeza para que siguieras sin coger las riendas de tu vida. Para que siguieras mal.

Esas excusas que te convencían de todo lo malo que te podía traer la página en blanco, pero que no te contaban todo lo malo de vivir releyendo una y otra vez el capítulo que ya estaba acabado. Esas excusas que no hablaban de lo importante que es saber irse a tiempo. Hay pocas cosas más inteligentes en esta vida que saber irse a tiempo: de un trabajo, de una ciudad, de una amistad, de un amor ya acabado.

Nos aferramos a la irrealidad de creer que el capítulo no ha acabado. Nos anclamos a la negación de entender que nada acaba, nada muere, simplemente cambia de forma. Nos da miedo entender que todo sigue existiendo de otra manera, que no hay manera mejor que otra porque lo único que define la mala manera es esa que te lleva al autoengaño de creer que serás feliz releyendo la última página escrita por miedo a la página en blanco.

Pero llega un día en el que te miras de frente con sinceridad y te preguntas: ¿a quién pretendes engañar? Y te das cuenta del tiempo que llevas contándote una historia para seguir sin poner fin a ese capítulo. Es cuando llegas a este momento de cuestionar la honestidad contigo mismo cuando estás en condiciones de decidir decidir y avanzas. Ahí te bajas de la rueda del hámster en la que llevas rodando…¿cuántos años? Nadie se libra del autoengaño. El pensamiento que nos lleva al autoengaño es muy hábil pero tu capacidad para sincerarte contigo y decidir qué hacer con él también puede serlo.

La página en blanco da miedo. Pasarte el resto de tu vida releyendo lo último que hay escrito también. La vida da miedo: el miedo siempre gana al miedo. Esa batalla es suya. Tú decides si quieres que te pille ahí en medio o vas escribiendo tu página mientras esos miedos se estancan discutiendo a tu alrededor. Hacen ruido, pero aprendes a seguir. Tu página en blanco ya sabe del miedo. Le espera, le saluda y le invita a sentarse. La página, tú y el miedo. Da igual, tampoco molesta tanto. El miedo molesta cuando no queremos que esté. Es incómodo, pero podemos aprender a no hacerle demasiado caso.

A los gurús les encanta preguntar qué harías si no tuvieras miedo. Poco, porque si esperas a no tener miedo no harás nada. La pregunta es qué harías a pesar de tener miedo. Porque el miedo estará ahí. La diferencia está en si mandas tú o manda él. La página está en blanco pero empiezas a escribir. Va saliendo, sale solo. Hilas ideas, vas al pasado, sueñas con el futuro. Los unes. Escribes. Has empezado. Avanzas. Todo es vida. Nada de lo que eres se pierde, solo cambia de forma. Jamás empiezas en el primer capítulo.

En cualquier momento de la vida hay un trocito de página en blanco delante de ti. La única manera que dejará de estar en blanco será cuando decidas dejar de releer el último capítulo y avanzar.

Has empezado. Miras atrás. Tampoco era tan difícil, te dices. Ahora lo sabes. Avanzas. Vives. Vuelas alto. La vida siempre va hacia delante. Jamás lo olvidarás.

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