Cuando tengo motivos para estar contenta, estoy contenta. Cuando tengo motivos para estar triste, estoy triste.
Buscar algo que me alegre cuando estoy triste es tan absurdo como empeñarme en buscar algo que me entristezca cuando estoy contenta.
Los mismos que predican coherencia son los mismos que te adoctrinan para que seas fuerte cuando te sientes débil.
No estoy contenta porque estoy triste. Porque tengo motivos para ello.
Si hoy no puedo con todo, pues no puedo. Quizá mañana vuelva a poder, o la semana que viene o dentro de un mes. O cuando a mí me de la gana, no cuando el mundo lo decida por mí.
No me apetece ir con la cabeza bien alta porque me siento encogida. Y orgullosa de mi encogimiento.
No soy fuerte porque me siento débil. Y porque hoy no quiero serlo.
¿Forzamos alegrías? ¿Fingimos fortalezas? ¿No es tan importante sentir? ¿Dónde está la coherencia entre lo que siento, pienso y hago?
Cuánta mentira. Cuánta incoherencia. Cuánto consejo dañino. Cuánta careta en la calle y lloro desconsolado al cerrar la puerta de casa.
La prisión del estar bien porque sí, la presión del ser fuerte, la estupidez de tener que salir al mundo demostrando tanta valentía.
Para que el dolor sane hay que vivirlo, sentirlo, pensarlo, hablarlo y mostrarlo.
Porque fingir que no duele, duele el doble. Y agota. Tampoco es tan difícil de entender.
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