Profunda tristeza. De esa que rasga el alma dejando marcas, recuerdos, dolor. Pérdidas. Pérdidas lloradas. Pérdidas llenas de despedidas. Pérdidas que te piden transformarte, evolucionar. Inevitablemente surgen preguntas y dudas. Preguntas y dudas sin respuesta la mayoría de las veces. La inquietud se acrecienta y se apodera de ti. Tu mente se siente confusa, asustada o simplemente bloqueada. Quieres salir, necesitas salir. No sabes cómo. Buscas respuestas que te alejen de tu dolor. Sabes que ese no es el camino pero, en ese momento, deseas volver a esa época en la que cuando te caías llegaba mamá y con sus superpoderes te soplaba la herida, te daba un beso y te decía eso de: «sana, sana, colita de rana, si no sana hoy sanará mañana.”
En realidad, buscas cualquier cosa con tal de sentir alivio y no tener que afrontar tu propio dolor, aunque sea totalmente erróneo e ineficaz. Solo quieres apoyarte en algo que alivie. Antes tus padres y abuelos rezaban, pero tú ya no crees. Buscas algo que te calme, un modo que te ayude a evadirte de la realidad. Buscas una religión que te haga sentir libre, necesitas encontrarte y sanarte. Buscas llenar un vacío. Necesitas no sabes muy bien qué.
Poco se habla de dónde estaba tu espiritualidad cuando todo te iba bien. Porque el primer síntoma de que la vida espiritual es falsa es cuando se utiliza exclusivamente como refugio, como compensación de todo lo que son desgracias, sufrimiento y malestar.
Y así, en el camino de tu malestar, encuentras a alguien que te ayuda en ello, que te vende cantos de sirena que pretenden tapar tu angustia o tu confusión a través de una falsa espiritualidad que, en vez de llevarte a la conciencia, te lleva a una realidad fácil, simple y simulada. Así, surgen una cantidad ingente de acompañantes, facilitadores, vendehumos, buscavidas, maestros de magia, autoproclamados expertos en emociones formados en la universidad de la vida y algunos seminarios de fin de semana (en el mejor de los casos). Todos ellos prometen ayudarte a recorrer el camino de la búsqueda interior hacia lo más sagrado de ti, a la absoluta trascendencia. Flores que te rodearán para tapar tu dolor. Lo llaman crecimiento personal y lo disfrazan de trascendencia. La decepción llegará después.
Poco se habla del eje, del centro, del protagonista de cada día. De ese entronizado yo, de la soberbia disfrazada de humildad, del interés vestido de generosidad, de la superioridad camuflada de bondad , del egoísmo, del delirio de demostrar y de la ausencia de libertad que da el vivir con el yo en el centro.
La espiritualidad es un tema que cada ser humano vive en distintas etapas de su vida y de manera muy diferente. Cada persona tiene una necesidad espiritual: sentirse llena, integrada, buscando la armonía y/o cierto equilibrio, la calma. Sin embargo, los medios para encontrar esto pueden ser engañosos, ya que cada persona sigue un camino distinto, buscando llenar espacios vacíos de una u otra forma. Conocer cuáles son los vacíos que nos quedan por llenar nos ayudará a entender dónde ponemos nuestra fe.
Cuando la espiritualidad coge el camino de evasión de la realidad se convierte en el parche, en la anestesia que te ayudará a tolerar la realidad sin necesidad de cambiarla. Creerte libre y realizado mientras te amoldas a lo que no elijes. La gratitud que esconde la aceptación.
El mundo actual nos invita al consumismo para ser felices. Consumimos todo tipo de productos y lo espiritual no escapa de ello. Cómo estar mejor, cómo ser más feliz. Cómo mercadear con lo humano, desde los cristales o el cuenco al viaje a la India para conectarnos con nuestra esencia. El consumismo de lo espiritual. La persona.
Si se consume no es espiritualidad. Si se proclama, se enseña o se presume no es espiritualidad. Si se compra y se vende no es espiritualidad. Es un producto más. Un producto del que me siento orgullosa porque me han hecho creer que, desde que tengo eso en mi vida, todo tiene más sentido, que trasciendo al mundanal ruido. Y me creo superior. He subido un peldaño y, desde ese lugar, miro el mundo.
La vida nos recuerda constantemente nuestro sitio, nuestra finitud y que estamos de paso. Menos «chorradas paranormales y metafísicas» y más vida llena de gente, de cariño, de amor, de encuentro, a pesar de los desencuentros y las dificultades. ¿Qué necesidad tengo de sacar a pasear mi Yo todos lo días? ¿Qué aspectos de mi vida no están resueltos cuando mi Yo necesita hacerse notar tanto? Menos necesidad de trascender para llenar vacíos y más saber dónde y por qué tengo los vacíos.
El tema da para mucho pero para ir acabando aquí van las cuatro tendencias espirituales más de moda:
- Usar la espiritualidad como justificación ante el fracaso de ser responsable de nuestros actos. Nuestra incapacidad, irresponsabilidad o falta de confianza quedará camuflada en frases como «todo está bien, es como debe ser, el universo es perfecto, la realidad es solo una ilusión, todo pasa por algo». Expresiones que nos empujan hacia una trascendencia que promueve el conformismo.
- Poner un énfasis exagerado en lo positivo. Exagerar el positivismo para evitar enfrentar los problemas en la vida y en el mundo. Conformismo, de nuevo.
- El buenismo de no poder criticar nada ni a nadie bajo el amparo de la libertad de cada uno. Salir al mundo diciendo que no hay que criticar es criticar a los que critican. Decir que no hay que juzgar mientras se juzga a los que juzgan. No todo es válido, ni tolerable, ni aceptable, ni respetable. Ni todos. Conformismo, otra vez.
- No hay que enfadarse. La idea de que el enfado no ayuda en nada es falsa, sobre todo, porque la ira es la emoción básica que, junto al miedo, ha contribuido a nuestra supervivencia como especie. Esa idea de que si estuvieras en “otro nivel de consciencia” te evitarías enfados. ¡Vaya!, conformismo.
Menos necesidad de salir al mundo demostrando lo buena que soy y más reconocerme humana. Menos ver mi luz y más fijarme en todo aquello a lo que doy sombra. Menos creerme que la espiritualidad es del Yo y más entender que es cuando me relaciono con el otro cuando la espiritualidad tiene sentido. Cuando doy sin que nadie se entere, cuando me entrego, cuando ayudo, cuando hago feliz, cuando me retiro al monte, cuando bailo y cuando friego los platos. Cuando me descalzo y cuando me pongo la corbata. Cuando me pinto la pestaña y cuando salgo a la calle en pijama. Cuando resuelvo el problema con el vecino, cuando regalo tiempo a mi amigo. Cuando celebro y disfruto contigo todo lo que puedo. Discreta y humilde. Y en silencio.
Este artículo ha sido escrito en colaboración con mi colega Susana Liberal Vargas, a la que tenido el placer de conocer por RRSS. De Vitoria, desde joven tuvo claro que quería ser psicóloga. Estudió en Salamanca y no ha dejado de hacerlo desde entonces. Lleva más de veinte años trabajando como psicoterapeuta en su ciudad natal, trabajo que complementa con colaboraciones en distintas asociaciones y organizaciones públicas.
No se define como psicóloga sino como una mujer que intenta vivir sin dejar de crecer. Una mujer llena de errores y algunos aciertos. Madre. Curiosa. Le gusta la gente. Le gusta mucho conversar, escuchar, reír, leer, escribir y fotografiar, recogiendo fragmentos de vida, pero lo que le apasiona es compartir su tiempo con los que quiere.
Os animo a visitar su cuenta de Instagram @su_foto donde da rienda suelta sus textos y sus fotos. Otra amiga real de las redes sociales. Muchas gracias Susana por tantos arcoiris.
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