Indio o vaquero.

agosto 29, 2020

 

 ¿Mar o montaña? ¿Campo o ciudad? ¿Té o café? ¿Carne o pescado? ¿Verano o invierno? Todo. A ratos, depende, pero todo. Hay personas que ven la vida en blanco o negro; esas que hablan de éxito o fracaso, valientes o cobardes, ganar o perder, luchar o rendirse. Esas que llevan colgada la margarita de me quiere, no me quiere. ¿Te suena? ¿Cómo no te va a sonar si vivimos rodeados de lecciones de vida dicotómicas? Seres dicotómicos. 0 o 1. Fin.  Seres que ven el mundo, lo juzgan y te juzgan únicamente en base a dos categorías.  Seres que se aparecen en cada esquina. ¿Vino o cerveza?

Para las personas del blanco o negro el mundo son dos opuestos. Nada en medio. Ni grises, ni un 5, ni café templado, ni aceptable. Ni un ‘va que chuta, con esto me conformo, me doy con un canto en los dientes’. Esas que solo lo intentan si lo van a conseguir. Las mismas que ya se creen ganadoras por el hecho de ir al máximo. Estos seres apuestan a todo o nada. O triunfan o son mediocres. La excelencia o la mediocridad. La victoria o la derrota. Libre o en pareja. Hijos o autorrealización. Triste o alegre. Dulce o salado. Optimista o pesimista.  Sumas o restas. Aporta o aparta. Tener vocación o luchar por tus derechos laborales. Simple o más simple.

Pues hay días de campo y días de felicidad entre semáforos. Hay amores que multiplican las alas. Hay hijos que realizan. Pesimismos que  salvan y luchas por los derechos laborales por mucha vocación que una tenga. Porque el campo es vida, la ciudad es vida, la soledad es vida, la compañía es vida. Momentos, etapas, personas, decisiones. Nada es mejor que nada. Es ajustarse a unas necesidades de un momento concreto. Flexibilidad o preferencia en un momento dado. Que prefiera la comida salada no impide que a veces me hinche a merengue.

Estas personas son las mismas que tienen la necesidad de definirnos como lo que somos: somos lo que hacemos, lo que pensamos, lo que sentimos, lo que haremos, lo que comemos, lo que… somos todo: a veces unas, otras veces otras y muchas, la mezcla de todo ello. Somos doscientas mil cosas. Somos en función del día y de con quien estamos. Somos en función si estamos delante de un ser dicotómico o no, por ejemplo.

Ver el mundo en dos categorías, es similar a haberse quedado en nuestros ancestros o quizá el discurso estúpido del niño interior nos ha llevado a ello. La infantilización de la sociedad está presente en muchas facetas de nuestra vida. Ha llegado al mundo de las organizaciones aparentemente serias, ¿cómo no va a llegar a nuestro estilo de pensamiento? Porque, ¡anda que no tiene sus años el pensamiento dicotómico! Las razas superiores, el sexo débil y demás consecuencias de un pensamiento sesgado y distorsionado. Es la herencia de un pasado con dicotomías sesgadas. Y no solo ahí siguen sino que están de moda: el liderazgo femenino en contraposición al supuestamente masculino es prueba de ello. Así fuimos en la infancia. En la infancia se ve el mundo dividido en categorías absolutas con un estilo de pensamiento que va ligado a la ausencia de empatía. Malo o bueno. Feo o guapo. Mi amigo o mi enemigo.

El pensamiento dicotómico es una distorsión cognitiva o forma errónea de interpretar la realidad. Es un pensamiento rígido en el que no se tienen en cuenta las circunstancias, ni la persona, ni las diferencias a la hora de interpretar la realidad. Esta ausencia de flexibilidad acaba en una autoevaluación perjudicial de nosotros mismos al entender que no hay estados intermedios. Si no he triunfado significa que he fracasado, si resto es porque no sumo, si tengo un pensamiento negativo es porque no soy optimista, si no tengo ganas no estoy motivada, si no me he atrevido a hacer algo seré una cobarde, si no me quieren como yo quiero es porque no me quieren, si me equivoco es que no soy capaz de aprender nada.

Lógicamente los dicotómicos están orgullosos de serlo: orgulloso o acomplejado. Y tan contentos. Frío o calor. Proactivo o reactivo. Líder o follower. Con sueños o resignado. Feliz o desgraciado. Universidad o espabilado para la vida. Empatía o matemáticas. Inteligencia o bondad. Alegría o tristeza. Vivimos rodeados. En esta fase de pensamiento infantil no existe la empatía porque para verlo todo en blanco o negro no hay que tener empatía. Su capacidad de entender o pensar en otros puntos de vista queda muy reducida. Si tienes empatía no lo puedes ver todo blanco o negro. Por mucho que te esfuerces no verás la vida en términos de éxito o fracaso, ni de ganar o perder. No por no ser feliz eres un desgraciado, ni por no ser líder eres un pringado. Ni siquiera por fracasar eres un fracasado, porque para ti el fracaso no es lo único opuesto al éxito.

El dicotómico es ese ser infantilizado que se mueve entre un pensamiento positivo y otro negativo, el deseado y el indeseado. Categoriza, simplifica y deforma la realidad, al tener la rigidez de pensar en base a criterios excluyentes.

Si tu pensamiento es flexible no irás juzgando vidas ajenas con este baremo. Ni darás lecciones de ello. El egocentrismo unido a este tipo de pensamiento explica por qué hay por ahí mucha personalidad narcisista carente de empatía dando lecciones desde su visión dicotómica del mundo. La dicotomía lógicamente ayuda a ordenar y a a controlar, pero sesga profundamente la realidad, sus relaciones humanas, debilita las habilidades de comunicación y frustra la consecución de muchos objetivos.

Del pensamiento dicotómico se sale, pero es la persona la que debe querer adquirir flexibilidad de pensamiento y eso es difícil porque vive instalada en esta forma de pensar, en sus categorías asociadas a lo deseable o indeseable. Mientras se lo piensa, mejor dejar esa rigidez de personalidad narcisista y controladora y huir lejos de todo aquel que vea el mundo en blanco o negro, porque él no sabe todos los matices de la vida que se está perdiendo pero tú sí.

 

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