Amigas.

febrero 5, 2018

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Esta tarde he estado hablando con una vieja amiga. De esas de juventud, de la carrera, de juergas interminables. De días de novillos y noches en vela antes de un examen. De años en los que queríamos comernos el mundo. De días y días hablando y planeando todo lo que íbamos a hacer en la vida.  El mundo se nos quedaba pequeño. Cuánto se vive en la juventud. Madrid lo ponía fácil.

Llevábamos muchos años sin hablar. La vida antes te separaba fácilmente. Mantenías el contacto un tiempo, pero no era tan sencillo como ahora. Había que  hacer el esfuerzo de mantener el contacto. Cada vez hablabas menos y, al final, desaparecías del mapa. Nos separamos físicamente, formamos una familia, criamos hijos. Unos años en los que apenas queda tiempo para lo que no está cerca.

Pasaron los años. Casi veinte años. Circunstancias laborales nos han juntado de nuevo. Cuando te reencuentras con una amistad así parece que no ha pasado el tiempo. Mientras recuerdas y ríes te das cuenta de que las personas con las que has vivido momentos especiales, siempre forman parte de tu vida, aunque durante unos años no lo formen.

Te recuerdan la persona que eras. Te hablan de tus manías, tus ilusiones, de lo que querías hacer.  Y te das cuenta de que no has cambiado tanto. Te satisface no haber cambiado tanto. Te alegras de que tus rarezas sigan siendo las de siempre. Tus impaciencias, lo que valoras en las personas,  la gente que te cae fatal. Compruebas que aquello a lo que das valor y por lo que volverías a apostar y arriesgar es lo mismo siempre. Agradeces haberlo tenido siempre claro.

Aprendes que, aunque no todo saliera como habías planeado, no te arrepientes de nada porque volverías a hacer lo mismo. Lo importante es siempre avanzar. Lo importante es ser fiel a una misma. Querer exprimir cada etapa de la vida. Lo importante es que todo lo importante que te rodea sea siempre importante. Lo importante es no dejar de ser jamás una misma.

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